Su belleza era espectacular, no podía menos que admirarla.
La observaba desde lejos porque era imposible acercarse sin asustarla. Era tal su talento de bondad y nobleza que con su oscuridad la espantaría. Ella, el símbolo de la paz, la gracia divina de Dios… Descripta como portadora de buenas noticias, como mensajera de amor. Ella, blanca como la nieva y pura como el agua cristalina brotando de las montañas.
Su misterio era irresistible, no podía menos que admirarlo.
Lo observaba desde lejos porque era imposible acercarse sin enfadarlo. Era tal el talento autoritario y agresivo que con su claridad lo espantaría. Él, el símbolo de la oscuridad, de los ritos paganos… Descripto como portador de malas noticias, como mensajero de duelos y dolor. Él, negro como el azabache y severo como el más despiadado de los maestros.
¿Cómo dos seres tan distintos, tan contrarios, podían amarse tanto en la lejanía?
Así es la vida querido amigo, el alma no escoge a quién amar. Cuando lo hace es por un motivo más allá del entendimiento y esta historia de hace muchísimos años tiene un porqué.
Un día el cuervo se armó de valor: «Si tanto sabe de amor… ¿Por qué no ha de amarme a mí también?». Pensó.
Y así fue como se acercó el cuervo a la paloma y ésta; loca de amor por él desde hacía mucho tiempo, lo aceptó tal cual era, imperfecto, como tan imperfecta era ella por más que muchos no lo quisieran ver.
Una vez más Luz y Oscuridad se atraen, se complementan y se equilibran.
De ese amor tan incondicional surgió una preciosa ave, que tampoco tiene muy buena fama en Galicia: la urraca (pega en gallego), de la que dicen es «ave de mal agüero». Pero… ¿Cómo un ser tan increíble, nacido de un amor tan puro puede dar mala suerte?
Cuento registrado por María Belén Fernández Vilar en Safe Stamper (04/06/2020)