SERENILANDIA EL PAIS DEL EDÉN

Había una vez un país de color verde. Era verde en toda su extensión y sus habitantes eran de color cobrizo.

Se llamaba Serenilandia.

Mujer serenilense.

El resto de los países vecinos eran exactamente iguales al que habitamos tú y yo, con ciudades similares, cines, restaurantes, carreteras abarrotadas de coches, gente con prisa por todas partes…  No se relacionaban con Serenilandia porque sus gobernadores no querían mezclarse con esa gente. Los creían una raza inferior, poco evolucionada y no les causaba ninguna confianza ni sus ideas, ni su forma de vida.

A todo esto, todavía no os he hablado de Serenilandia. Paso a relataros todo lo que sé sobre aquel extraño País, del que no nos hablan, pero sentimos.

Era verde porque abundaban los árboles, arbustos, muchísima vegetación y campos inmensos atravesados por ríos cristalinos; que desembocaban en un inmenso mar. La gente vivía en casas hechas sobre las hojas de los árboles. Eran casas muy curiosas, pequeñas y con suelos de paja seca, techos de madera y paredes de hojarasca. Simplemente las usaban para dormir o guarecerse en ellas los días de lluvia o frío. El resto del tiempo vivían al aire libre.

Todos los habitantes de este país desempeñaban tareas, lo que en nuestro lenguaje se entiende por oficios y no se hacía distinción por sexos. Pescadores que faenaban en la mar y conseguían pescados frescos. Recolectores de frutas, bayas y hierbas. Cuidadores de animales que se encargaban de extraer productos como leche, miel, lana para sus ropas… Cultivadores de huertos. Creadores de enseres como loza, vasos, platos… y un largo etc. Los únicos que no hacían nada eran los niños. Simplemente los dejaban ser. Correteaban de aquí para allá, probaban actividades de adultos o estudiaban los movimientos de la tierra, las estrellas, lo que quisieran. De esta forma en la edad adulta se convertían en expertos en la tarea elegida.

Niños Serenilenses jugando.

Nadie mandaba sobre nadie, nadie era más poderoso que nadie, todos eran exactamente iguales. Compartían y de esta forma siempre disponían de todo lo necesario para vivir.

El resto de los países creían que ellos rechazaban todo contacto con Serenlandia…

¡Qué ilusos!

Era Serenilandia la que no quería mezclarse con ellos. Quería evitar contagiarse de sus grandes pensamientos de poder, de lucha, de avaricia, de envidia, de competitividad, para ellos eso era dolor, sufrimiento…. Estaban acostumbrados a la paz y no a la guerra, al amor y no a la envidia, a compartir y no al egoísmo, a la igualdad y no a la competitividad.

Este cuento es para todas aquellas personas que se sientan tristes, angustiadas, abatidas y ya no creen en el sistema.

Partir hacia Serenilandia. El camino está en vuestro corazón.

Allí seréis acogidas con los brazos abiertos y comenzaréis una nueva vida, eso sí, en la frontera hay que despojarse de todo lo material, de todas las antiguas ideas, de la avaricia, del miedo, de la superioridad y volver a ser humildes y generosos, solo así vais a poder permanecer allí para siempre y solo así después de un tiempo, se os concederá el honor de SER Serenilenses.

Cuento registrado por María Belén Fernández Vilar en Safe Stamper (24/06/2020)

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