
Pétalos de una flor blanca.
Un puñado de tierra del camino.
Cuatro ramitas de Romero.
Un vaso de agua cristalina de un arroyo corriente.
Mientras preparaba el ritual, tarareaba en voz apenas audible:
— Da ra ra… Da ra ra…
Era una melodía tan dulce que, los pájaros callaban para escucharla, las liebres la rodeaban, los conejillos; tímidamente salían de sus madrigueras… Todo el bosque en pleno, se paralizaba para escuchar la dulce melodía.
Rosaura, una muchacha de quince años, pelo rojizo, ojos verdes esmeralda y manchas de color marrón que cubrían parte de su hermoso rostro, con nariz respingona, tarareaba la melodía que paralizaba al bosque.
Era descendiente de un linaje de mujeres provenientes de Escocia. Muy arraigadas a sus raíces celtas. Adoraban a la madre tierra, a los elementos: fuego, aire, agua y tierra. Creían en deidades mágicas, en ninfas, elfos, gnomos, les llamaban seres elementales… Creían en el bien y en el mal. En la luz y en la oscuridad. Ellas manejaban energías de luz, rituales para atraer la abundancia y la prosperidad. Ellas eran mujeres sabias, empoderadas… Se pasaban unas a otras toda la sabiduría ancestral.
Rosaura era la decimoquinta del linaje.
Estaba preparando un ritual de amor universal. Estaba destinada a continuar la estirpe. Debía ser ella la que, diese a luz a la decimosexta bruja del linaje. Para ello, necesitaba aparearse con su llama divina. No valía cualquiera para esa misión. Era necesario su mitad original. Era necesario amor incondicional en el acto de la procreación.
Ese ritual había sido usado por su madre, por su abuela, bisabuela…
Ahora le tocaba a ella.
Tenía que usar los cuatro elementos:
La tierra estaba representada con la arena del camino. Camino por el que llegaría hasta ella, su llama divina.
El agua estaba representada por el arroyo.
El aire, por los pétalos de la flor.
El romero, representaba el aroma del amor. El perfume inequívoco de la pureza de alma.
El fuego sería el último paso. La unión de dos almas en una sola.
Estaba a punto de terminar cuando escuchó cascos de un caballo.
Cada vez se acercaba más.
Al ver como todos los animales del bosque se alejaban nerviosos y con temor, intuyó que lo que se acercaba era de baja energía, procedente de los tumultuosos barrios de la ciudad. En dónde todo tipo de vicios, estaban al alcance de cualquier alma.
No le dio tiempo.
A ella se acercó un hermoso caballo gris. Con mirada noble y confianza, le prestó su cabeza para recibir caricias. Era algo normal para Rosaura. (Las princesas Disney, fueron creadas años después, haciendo honor a estas mujeres. A la pureza de alma que tenían las llamadas brujas del pasado). A lomos de él, un caballero.
El caballero bajó del caballo y se aproximó. Jamás había presenciado belleza igual.
Miró a los verdes y hermosos ojos de Rosaura. Se quedó prendado de ellos.
Rosaura, a su vez, vio en los ojos del caballero inmadurez. Sin embargo, todo apuntaba a que era su llama divina: caballo noble, caballero bien parecido… ¿Tan rápido había actuado el ritual?
Impetuosamente se dejó besar por el caballero. Le gustó y en su cabeza confirmó que era él.
El acto de procreación fue diferente a como lo había imaginado. Rápido. Sin caricias, sin sentir la piel de gallina. Sin sentir el cielo en el alma. Como le había descrito su abuela
El caballero se fue sin decirle nada. En ese preciso momento, Rosaura comenzó a dudar.
La realidad llegó de golpe.
¿Cómo podía ser él, si el ritual estaba a medio terminar?
Sin pensar en sus actos. Continuó el ritual.
Meses después Rosaura estaba encinta. Esperaba un hijo del caballero. Sabía que él no era el elegido. Sabía que había obrado de manera impetuosa y que la oscuridad la estaba acechando a través de sus sentimientos: odio, rabia, miedo, despecho, ira, desconfianza…
Y así fue como llegó él. El verdadero. Esta vez montado a lomos de un caballo blanco, esbelto, viril, con rasgos de Dios celta, melena azabache al viento, piel cutida y ojos azul cielo. Lo vio y lo supo.
Él también lo supo, pero intuyó oscuridad en ella. Como si estuviese visitando los tumultuosos barrios de la ciudad. Intuyó también que esperaba un bebé de otro, sin embargo, era ella y la amaría exactamente igual.
Al mirarlo, Rosaura decidió. Tenía que encontrar al primer caballero y destruirlo. Al hacerlo podría ser digna de su llama divina.
Corrió a la ciudad a buscarlo. Allí se enteró de que era el príncipe heredero de la Corona y aún se enfureció más. Su voz interior, la voz del amor le decía:
—Frena Rosaura. Vuelve al bosque. Vuelve al elegido. La criatura de tu vientre nacerá varón. Con el elegido continuarás el linaje de mujeres sabias. El error es leve, puede ser sanado.
Pero el odio la embargaba. Sentía que había sido maldecida y la maldición terminaría con el demonio que, la había poseído sin «su permiso».
Llegó al palacio real gritando, escupiendo sapos y culebras por la boca. Exigiendo audiencia con el príncipe.
Casualmente allí se encontraba un señorito español, perteneciente a la Inquisición. Nada más ver a Rosaura supo qué y de quién era.
Dos días después, sin apenas ser escuchada, escupida y apedreada por la multitud en una plaza de adoquines gris oscuro, fue sentenciada BRUJA. Los cargos:
Pelo color rojo infierno.
Carente de ropa interior.
Marcas del diablo en la cara.
Gritaba como una gata en celo.
Había embrujado al príncipe heredero.
Había sido vista hablando con animales en muchas ocasiones.
Vivía en el bosque con todo un aquelarre de brujas.
Y la más grave de todas: era hermosa como solo una concubina del Demonio podía ser.
Rosaura fue quemada una noche de verano del año 1580. Puso fin a un linaje de mujeres sanadoras, sabias, bondadosas y grandiosas que, tuvieron que volver a comenzar de cero para recordar la procedencia de su brillo. Tuvieron que dejar atrás siglos y siglos de mentiras, para volver a creer en la esencia divina. En la esencia femenina. A día de hoy, están en el camino correcto. Lo conseguirán.
A todas mis brujas amadas. Una a una iréis despertando.
