
En un lugar secreto se escondía la llave.
¿Por dónde empezar a buscar?
Siempre creyó que se empezaba por el principio, si embargo, ¿en dónde estaba el principio?
Dependiendo de cada uno, el principio se encuentra en un lugar diferente. Para mí el principio es el día en que nacemos. Yo nací mujer. Un martes de primavera.
La verdad y el principio son términos complicados de encontrar y mucho más de aceptar; por eso quiero contar esta maravillosa historia, basada en un lugar remoto del planeta, hace muchos siglos.
Corrían como locas por la gran extensión de campo. Eran dos jóvenes nativas, de aspecto juvenil y a la vez desarrollado. Sus formas femeninas estaban en proceso, pero lucían hermosas. Morenas de cabello y de piel, ojos rasgados y tez fina. Vivían salvajes y libres sin necesidad de ser amonestadas ni castigadas. Su padre era el Chaman y su madre hija de la Diosa Luna.
Todos los días al alba corrían por la pradera para bañarse en el gran Mar. Se despojaban de sus vestidos de lino y correteaban por la arena hasta entrar en calor, se lanzaban al agua sin apenas pensarlo, nadaban, chapoteaban y volvían a corretear por la arena para calentarse.
Regresaban al poblado felices para ayudar en las tareas diarias. Barrer la cabaña, cocinar la caza, almorzar… Al anochecer se juntaban con los demás alrededor de la hoguera. Cantaban y danzaban en honor a la Pachamama… Honraban los frutos, los cereales, las plantas, los animales… Honraban la tierra. Las gemelas dormían al aire libre y observaban los puntitos brillantes del cielo, sabían que de allí provenían su raza, que allí estaban sus Dioses y Diosas creadores y que algún día, cuando terminasen su aprendizaje volverían al inicio, a su verdadero hogar.
Una mañana que, jugaban alegres en el océano, divisaron a lo lejos tres puntos extraños. Puntos que se acercaban sigilosamente hacia la arena. Corrieron al poblado para advertir a su padre, el chamán.
Todas las mujeres y niños que se encontraban en el poblado siguieron al padre y a las gemelas a la playa, querían ver con sus propios ojos los puntos que se acercaban por el mar.
— ¡Los Dioses! —Gritaban.
Todos se sentían emocionados. Aquellas cosas que, ya se empezaban a ver inmensas, eran capaces de volar por el mar. Solo podían ser ellos, los Dioses de las estrellas.
El Chamán sabía que era lo que se acercaba. Sabía lo que venía en aquellas cosas. Sabía que el fin estaba cerca.
Dos noches antes, en soledad y sentado frente a su propia hoguera, el Chamán había tenido la visita de su Guía maestro que, a través de su propia voz, había dejado un mensaje para las futuras «civilizaciones»:
«Llegarán tres barcos procedentes de los confines del mar. Son humanos, semejantes a ustedes. Semejantes la figura exterior, porque en esencia y en alma, llevan todavía muchas lunas de retraso. Han vuelto a empezar. Les queda todavía mucho por evolucionar. Son tan primitivos que asustan, sin embargo, creerán que ustedes son los primitivos, salvajes, indígenas… Harán mucho daño. Destruirán, construirán, es su cometido. Tienen que hacerlo. Deben evolucionar a niveles superiores y para ello tienen que vivir oscuros como las noches sin estrellas, como los confines del universo sin luz… Es ahí en dónde se encuentran. No luches. Enseña a tu gente a no luchar. Aceptar el destino, porque simplemente es eso, destino terrenal. Lo que hoy será destrucción, mañana será luz. Lo que hoy será oscuro, mañana brillará como las estrellas del firmamento. Es la «evolución del alma» y debe ser respetada.
Haz entrega de este papiro con mis palabras a tus hijas. En su momento, una de ellas seguirá las instrucciones que aquí vamos a dejar».
Así fue. Del barco salieron hombres. Esos hombres torturaban, castigaban y violaban. Buscaban riqueza y no veían la que tenían delante de sus ojos. La abundancia de la madre tierra pasaba desapercibida a los ojos de los hombres del océano.
Capturaban a los que como le había dicho la voz interior al Chamán, llamaban salvajes y los metían en las naves. Los transportaban como esclavos a otros países desconocidos.
A las gemelas se las llevaron de las primeras. Una de ellas no pudo sobrevivir a la travesía por el mar. La otra, que se llamaba Nazareth si lo consiguió.
Nazareth se enamoró en el barco de un muchacho de piel blanca, dulce y cariñoso que la cuidó. Este muchacho le regaló una bonita caja de madera, con su correspondiente llave de metal para ser abierta.
Días antes de llegar a tierra, el muchacho se murió del mismo mal que su querida hermana y Nazareht se quedó sola en la vida. Recordó el papiro de su padre. Lo leyó. Con lágrimas en los ojos, mucho dolor en su corazón y tristeza en el alma, siguió las órdenes:
«Un muchacho de piel blanca, te dará una caja de madera con una llave. Escribe la verdad, escribe de dónde procedía tu gente y qué éramos. Deja instrucciones claras de los pasos para evolucionar. Deja instrucciones claras. Entre ellas, explica la verdad del alma de cada individuo. Explica que somos origen, que somos uno, que estamos divididos y que eso es lo que nos genera odio, rencor… Eso es lo que genera guerras, lo que genera oscuridad en la tierra. Para encontrar la verdad, con esta maravillosa llave deben abrir su bien más preciado.
Una vez escrito todo eso, llegarás a tierra. Te harán mucho daño, serás privada de todos los derechos de vida y pasarán mil lunas antes de que los recuperes. Debes meter estos papiros en la caja de madera y esconderlos. Escóndelos en un lugar en dónde creas que podrán ser encontrados algún día, pero algún día muy lejano. La llave debes darla a tu hija y tu hija a su hija y así generación tras generación, hasta que llegue el momento de abrir la caja».
Así fue.
Muchos dicen que esta historia es un cuento. Una leyenda. Que no existe tal caja ni tal llave. Otros le llaman «la caja de Pandora».
Yo, la humilde escritora de este cuento le llamo: CORAZÓN.
