
Este cuento está basado en uno que leía de niña. Creo que se titulaba: «Milagro de noche buena». Formaba parte de una colección: Los cuentos del abuelito. Eran varios tomos de color amarillo, con cuentos preciosos y unos dibujos espectaculares. Últimamente me acuerdo mucho de ellos.
Lo relataré con mi estilo. Sin embargo, si el autor lo lee, (pese a tenerlo registrado a mi nombre, tal cual está aquí escrito), que me lo diga. Suyo es. Agradecerle tan bella imaginación.
La casa era muy pobre.
Solamente una habitación. Hacía de cocina, de comedor y de dormitorio.
Fuera nevaba. El frío era cortante.
La abuela tenía una olla colgada de una cadena, sobre un fuego que salía de una chimenea de piedra. Dentro estaba la cena. Consistía en un trozo de cebolla vieja y mendrugos de pan pasado de varios días, flotando en agua hirviendo. Esas eran las últimas provisiones que tenía para alimentar a sus tres nietos.
Carecía de dinero, de víveres y por supuesto, de juguetes.
Hacía dos años que su hija y su yerno fallecieran por enfermedad. Por ser la única familia cercana, se quedó a cargo de los niños. Los amaba con toda su alma. Pudo alimentarlos siempre, con ayuda de sus piernas y de sus manos, trabajando sin descanso.
Dormía en una silla. La única cama de la casa, la cedió desde el principio a sus nietos, eso junto con su avanzada edad, le había pasado factura. Le costaba moverse, casi ni podía mantenerse de pie.
Esa noche, tras la sopa insípida (de la que a ella no le tocó ni un sorbo), besó y arropó a sus niños del alma. Cogió los viejos zuecos de madera, que habían sido propiedad de su hija fallecida y los colocó en el regazo.
Recordó que ya no volvería a verla y lloró. Una lágrima.
Recordó que era noche buena, que no tenía regalos para sus nietos y lloró. Otra lágrima.
Recordó que ya no podía mantener el fuego por falta de leña y lloró. Otra lágrima.
Recordó que, al día siguiente no podría alimentar a sus nietos y lloró. Otra lágrima.
Recordando fue derramando más y más lágrimas, una tras otra, hasta que se durmió. Llegaron a caer 111 lágrimas sobre los zuecos.
Soñó toda la noche con un milagro. En el fondo de su corazón, la abuela creía en los milagros.
A la mañana siguiente se despertó con risas y mucho alboroto. Sus nietos estaban jugando con juguetes: una muñeca de trapo, dos trenecitos de madera y un gran balón de cuero. Feliz, la abuela miró los viejos zuecos y… ¡Se habían convertido en zuecos de oro puro! Y sobre ellos 111 perlas reposaban. Una por cada lágrima.
Una noche buena de hace muchísimos años, una abuela y sus nietos, con amor, sin haberse quejado jamás de su suerte, cambiaron su vida para siempre.
