
QUIERO SER UNA MUJER «SUELTA»
Las mujeres (esencia femenina) llevamos desde siempre estigmas en todos los sentidos.
Uno de ellos es la ropa interior. Apretada, que nos disimule todo aquello de lo que nos tenemos que «avergonzar».
Las primeras mujeres, corrían desnudas con los pechos al aire y caídos, pues era símbolo de amamantar a sus hijos. Era un orgullo tener el vientre abultado y los pechos grandes. Era un orgullo lucir la feminidad en todo su esplendor. Era un orgullo ser creadora de vida e ir proclamando ese don, al igual que la madre tierra. Esas mujeres se sentían bellas.

Las primeras civilizaciones: Egipto, Mesopotamia, Grecia… Siguieron sus pasos. Lucían maravilladas sus cuerpos y su ropa interior era apropiada para lucirlo. La mujer seguía siendo el icono de la naturaleza, la musa creadora de vida, la Diosa sentada junto al Dios. Nadie la había relevado todavía a prostituta, mancillada, pecadora o bruja.

¿En qué momento de la historia nos tuvimos que apretar?
A partir del Siglo XV, la ropa interior se volvió odiosa, apretada… Corsés que te impedían respirar, fajas que te impedían reír. Ocultar las formas, estrechar la cintura…Marcar lo justo si buscabas marido, recatarte si ya lo tenías.

¿Y a día de hoy?
Fajas adelgazantes, corchetes inhumanos que te llegan a hacer heridas… Estrechar las piernas, apretar la barriga, resaltar los pechos con sujetadores especiales… MENTIR, porque realmente, lo que hay debajo de toda esa parafernalia NO ERES TÚ…
Ahora operamos los pechos, nos hacemos liposucciones, cirugías estéticas ¿para qué? Para aparentar lo que no somos…
Realmente somos aquellas mujeres sueltas, faraónicas, musas, venus, admiradas por su voluptuosidad, por sus formas, por su figura, ancha, estrecha, delgada, o gorda… La mujer es bella en toda su plenitud.
YO QUIERO VOLVER A SER UNA MUJER SUELTA SIEMPRE.
Todas, cuando llegamos a casa, en la más absoluta intimidad, nos quitamos ese disfraz, soltamos nuestra barriga, estómagos y pechos… Y ahí, somos AUTENTICAS.
